jueves, 13 de diciembre de 2007

Jiménez Lozano dixit

Se puede tener gusto por la lectura o no, pero leer no es una cuestión de gusto o afición, sino una necesidad verdadera, y sólo necesitamos percatarnos de ella. El señor Miguel de Cervantes llamaba a esto caer en la cuenta de que tenemos un ánima o unos adentros; es decir, una vida. Pero ésta es breve y limitada, y queremos más vida, y vivir otras vidas, tener otros pensares y sentires, y esto es lo que encontramos en los libros, en los que otro ser humano, y, desde luego, los más altos espíritus de todos los tiempos, nos entregan lo mejor de ellos, admitiéndonos a su conversación.
Los antiguos, cuando se ponían a leer, se vestían sus mejores ropas, porque se sentían en la audiencia de esos grandes que habían escrito, y éstos se merecían la ceremonia de respeto que con los grandes del mundo se estilaba, porque aquéllos entregaban el más preciado don, al hacer de quienes leían sus iguales. Pero a nosotros nos lo siguen entregando; y sólo para los libros somos verdaderamente alguien.

Y, tras la lectura, luego, cuando hemos vivido otras vidas, nos hemos instruido, o convivido con la hermosura, u oído confidencias, caemos en la cuenta de que somos más de lo que éramos, y pensamos y sentimos de distinta o más profunda manera, y de que hemos recibido luz para comprendernos, consolación, y alegría y acompañamiento. Así que, entonces, nos hacemos inseparables de los libros.
José Jiménez Lozano

martes, 11 de diciembre de 2007

DICKENS, SIEMPRE DICKENS



Llega la Navidad. Ya no hay ristras de deseo de Felices Pascuas. Ahora abunda ese tormento de mensajes envueltos en pitidos penitenciales, fruto de un concurso infinito y planetario para repetir la mayor estupidez elevada al menor índice de deseo sincero.

Pero llega la Pascua y retornan efímeramente mis 11 años aún no estrenados y aquel encuentro con Dickens. No Dickens de Cuento de Navidad, Dickens de David Copperfield. Además en la vieja editorial Ramón Sopena. Y yo estuve convencido durante varios años que había leído la novela completa y sólo había conocido la primera parte, pero me satisfizo tanto...

Cada Navidad desde entonces vuelvo a ese Dickens del pequeño David con el que yo solo compartía la niebla ambiental en la última luz de las vísperas de la Pascua.

Y este año, retornaré

domingo, 9 de diciembre de 2007

LOS INTERESES CREADOS CUMPLEN 100 AÑOS



Tal día como hoy, esta obra del Nobel Benavente, hace 100 años, se estrenó en Madrid, en el mítico Teatro Lara. Claro que por entonces el teatro no servía a los intereses de las intituciones ni de los gobiernos, pero esta obra ya anunciaba intereses y lodos en los que hoy se enfanga el teatro servil, pagado con premios gubernamentales, cebado con dinero público subvencionado.

Mi homenaje a aquel dramaturgo al que han coincidido en ocultar y vituperar la censura, el franquismo, la progresía de izquierdas y la literatura impuesta por el Misterio de Esfumación de la Conciencia (antes Educación y Ciencia, que también era un nombrecito digno de Muñoz Seca)y al que siempre vuelve a salvar el público, en su sabiduría más profunda y menos dirigida o medrosa.

Dos picaros llegan a una ciudad donde uno de ellos, Crispín, con sólo su facundia, impone el crédito de Leandro como
persona rica, generosa y culta, con la idea de preparar un golpe que consiste en que
Leandro enamore a la hija de Polichinela, el hombre más rico de la ciudad, y se case
con ella. La realidad se impone y Leandro se enamora de la joven y ésta de él.
Polichinela reconoce a Crispín, se da cuenta de lo que trama, pero no puede escaparse
de las redes que éste le ha tendido. Al final le atrapan con la ayuda de todos
los acreedores quienes, convencidos por Crispín, ven en la boda de los dos jóvenes la
única solución para recuperar su dinero. Hasta la Justicia se verá remunerada por esta
solución pragmática, aunque fraudulenta, propuesta por Crispín. La solución, que es
inmoral, es aceptada por todos y tolerada por el público ya que Polichinela, cuya conducta
anterior ha sido ruin, se hace merecedor de este castigo. Su hija está genuinamente
enamorada de Leandro, éste ha demostrado tener buenos principios, y Crispín
promete retirarse de la ciudad. No hay, pues, víctimas, excepto la que, ya hemos visto,
es merecedora de un castigo por sus crímenes anteriores. Además, todo quedará justificado
por el amor y Crispín, por aquello de que "ladrón que roba a ladrón, tiene
cien días de perdón."

LOS INTERESES CREADOS

He aquí el tinglado de la antigua
farsa, la que alivió en posadas aldeanas
el cansancio de los trajinantes,
la que embobó en las plazas de
humildes lugares a los simples villanos,
la que juntó en ciudades populosas
a los más variados concursos,
como en París sobre el Puente
Nuevo, cuando Tabarín desde su
tablado de feria solicitaba la atención
de todo transeúnte, desde el
espetado doctor que detiene un momento
su docta cabalgadura para
desarrugar por un instante la frente,
siempre cargada de graves pensamientos,
al escuchar algún donaire
de la alegre farsa, hasta el pícaro
hampón, que allí divierte sus ocios
horas y horas, engañando al hambre
con la risa; y el prelado y la
dama de calidad, y el gran señor
desde sus carrozas, como la moza
alegre y el soldado, y el mercader
y el estudiante. Gente de toda condición,
que en ningún otro lugar se
hubiera reunido, comunicábase allí
su regocijo, que muchas veces, más
que de la farsa, reía el grave de ver
reír al risueño, y el sabio al bobo,
y los pobretes de ver reír a los grandes
señores, ceñudos de ordinario,
y los grandes de ver reír a los pobretes,
tranquilizada su conciencia
con pensar: ¡también los pobres
ríen! Que nada prende tan pronto
de unas almas en otras como esta
simpatía de la risa. Alguna vez, también
subió la farsa a palacios de
príncipes, altísimos señores, por humorada
de sus dueños, y no fue allí
menos libre y despreocupada. Fue
de todos y para todos. Del pueblo
recogió burlas y malicias y dichos
sentenciosos, de esa filosofía del
pueblo, que siempre sufre, dulcificada
por aquella resignación de los
humildes de entonces, que no lo esperaban
todo de este mundo, y por
eso sabían reírse del mundo sin odio
y sin amargura. Ilustró después su
plebeyo origen con noble ejecutoria:
Lope de Rueda, Shakespeare, Molière,
como enamorados príncipes
de cuento de hadas, elevaron a Cenicienta
al más alto trono de la
Poesía y el Arte. No presume de
tan gloriosa estirpe esta farsa, que
por curiosidad de su espíritu inquieto
os presenta un poeta de ahora.
Es una farsa guiñolesca, de asunto
disparatado, sin realidad alguna.
Pronto veréis cómo cuanto en ella
sucede no pudo suceder nunca, que
sus personajes no’ son ni semejan
hombres y mujeres, sino muñecos
o fantoches de cartón y trapo, con
groseros hilos, visibles a poca luz y
al más corto de vista. Son las mismas
grotescas máscaras de aquella
comedia de Arte italiano, no tan
regocijadas como solían, porque han
meditado mucho en tanto tiempo.
Bien conoce el autor que tan primitivo
espectáculo no es el más digno
de un culto auditorio de estos tiempos;
así, de vuestra cultura tanto
como de vuestra bondad se ampara.
El autor sólo pide que aniñéis
cuanto sea posible vuestro espíritu.
El mundo está ya viejo y chochea;
el Arte no se resigna a envejecer, y
por parecer niño finge balbuceos. . .
Y he aquí cómo estos viejos polichinelas
pretenden hoy divertiros
con sus niñerías.

CUADRO PRIMERO
(Plaza de una ciudad. A la derecha,
en primer término, fachada de una
hostería con puerta practicable y en
ella un aldabón. Encima de la puerta
un letrero que diga: “Hostería’).

LEANDRO.-Gran ciudad ha de ser
ésta, Crispín; en todo se advierte su
señorío y riqueza.

CRISPIN.-Dos ciudades hay.
¡Quisiera el Cielo que en la mejor
hayamos dado!

Los intereses creados (9 de diciembre de 1907), hábil combinación de sátira y humor, donde culmina su arte innovador. En ella se ponen en movimiento los personajes de la «commedia dell'arte» italiana, con psicología española, y se hace una sutil y perspicaz crítica del positivismo imperante en la sociedad contemporánea. La obra logró tan entusiasta acogida, que el público enfervorizado llevara a su autor en hombros hasta su domicilio, al término de su representación en el Teatro Lara de Madrid.

Enhorabuena, Maestro

miércoles, 5 de diciembre de 2007

POR SI VIAJAS A BUENOS AIRES

Dice Eduardo Galeano en su LIBRO DE LOS ABRAZOS:

Crónica de la ciudad de Buenos Aires


A mediados de 1984, viajé al río de la Plata.
Hacía once años que faltaba de Montevideo; hacía ocho años que faltaba de Buenos Aires. De Montevideo me había marchado porque no me gusta estar preso; de Buenos Aires, porque no me gusta estar muerto. Pero ya en 1984 la dictadura militar argentina se había ido, dejando a su paso un imborrable rastro de sangre y mugre, y la dictadura militar uruguaya se estaba yendo.
Yo acababa de llegar a Buenos Aires. No había avisado a los amigos. Quería que los encuentros ocurrieran sin hacerlos.
Un periodista de la televisión holandesa, que me había acompañado en el viaje, me estaba entrevistando frente a la puerta de la que había sido mi casa. El periodista me preguntó qué se había hecho de un cuadro que yo tenía en mi casa, la pintura de un puerto para llegar y no para marcharse, un puerto para decir hola y no adiós, y yo empecé a contestarle con la mirada clavada en el ojo rojo de la cámara. Le dije que no sabía adónde había ido a parar ese cuadro, ni adónde había ido a para su autor, el negro Emilio, Emilio Casablanca: el cuadro y Emilio se me habían perdido en la niebla, como tantas otras gentes y cosas tragadas por aquellos años de terror y lejanía.
Mientras yo hablaba, advertí que una sombra venía caminando por detrás de la cámara y se quedaba a un costado, esperando. Cuando terminé, y el ojo rojo de la cámara se apagó, moví la cabeza y lo vi. En aquella ciudad de trece millones de habitantes, el negro Emilio había llegado hasta esa esquina, por pura casualidad, o como se llame eso, y estaba en aquel preciso lugar en el instante preciso. Nos abrazamos bailando, y después de mucho abrazo Emilio me contó que hacía dos semanas que venía soñando que yo volvía, noche tras noche, y que ahora no lo podía creer.
Y no lo creyó. Esa noche me llamó por teléfono al hotel y me preguntó si yo no era sueño o borrachera.

POR SI QUIERES, HOY JUAN RULFO

¿Qué sería de la tierra de los pobres sin Comala?

Pedro Páramo
(fragmento)


Juan Rulfo

Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. "No dejes de ir a visitarlo -me recomendó. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dar gusto conocerte." Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después de que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.
Todavía antes me había dicho:
-No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio... El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.
-Así lo haré, madre.
Pero no pensé cumplir mi promesa. Hasta que ahora pronto comencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor llamado Pedro Páramo, el marido de mi madre. Por eso vine a Comala.
Era ese tiempo de la canícula, cuando el aire de agosto sopla caliente, envenenado por el olor podrido de las saponarias.
El camino subía y bajaba: "Sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para él que viene, baja."
-¿Cómo dice usted que se llama el pueblo que se ve allá abajo?
-Comala, señor.
-¿Está seguro de que ya es Comala?
-Seguro, señor.
-¿Y por qué se ve esto tan triste?
-Son los tiempos, señor.

martes, 4 de diciembre de 2007

PARA JUAN GELMAN QUE YA ESTÁ EN EL CERVANTES

Mira este poema que tánto me situó:


María la sirvienta

Se llamaba María todo el tiempo de sus 17 años,
era capaz de tener alma y sonreír con pajaritos,
pero lo importante fue que en la valija le encontraron
un niño muerto de tres días envuelto en diarios de la casa.

Qué manera era esa de pecar de pecar,
decían las señoras acostumbradas a la discreción
y en señal de horror levantaban las cejas
con un breve vuelo no desprovisto de encanto.

Los señores meditaron rápidamente sobre los peligros
de la prostitución o de la falta de prostitución,
rememoraban sus hazañas con chiruzas diversas
y decían severos: desde luego querida.

En la comisaría fueron decentes con ella,
sólo la manosearon de sargento para arriba,
pero María se ocupaba de soñar,
los pajaritos se le despintaron bajo la lluvia de lágrimas.

Había mucha gente desagradada con María
por su manera de empaquetar los resultados del amor
y opinaban que la cárcel le devolvería la decencia
o por lo menos francamente la haría menos bruta.

Aquella noche las señoras y señores se perfumaban
con ardor
pero el niño que decía la verdad,
por el niño que era puro,
por el que era tierno,
por el bueno, en fin,
por todos los niños muertos que cargaban en las valijas
del alma
y empezaron a heder súbitamente
mientras la gran ciudad cerraba sus ventanas.

(Gotán)

PARA LA PALETA CHUNGA, CUANDO LO LEA

Oye, Paleta. Si te quitas los rulos y te enderezaas la pata. Tal vez quieras intervenir en esta página. Yo sé que antes de lo de leer millón, tenías varias ideas buenas. Hala date prisa por si alguna aún no está seca